Uno
de los mayores goces para un coleccionista de la obra de
H.P.Lovecraft y su Círculo (el conjunto de autores que se
comunicaron con el genio de Providence y que vieron influida su
propia obra por la mitología lovecraftiana o fueron ayudados por
H.P.L. en la mejor elaboración de sus ideas) es descubrir un nuevo
texto del Maestro, como de sus acólitos. Para aquéllos (para
nosotros, debería decir), una carta desconocida de Abuelo (la manera
como le gustaba llamarse Lovecraft en su correspondencia), un relato
en colaboración donde participó H.P.L., un cuento de un escritor
del Círculo, un poema de Lovecraft traducido al español... son
verdaderos elementos de deleite.
Y,
cuando esta novedad es un libro, repleto de información biográfica,
cuentos y poesías de alguien ligado al Horror Numinoso, ¡el
coleccionista pensará que halló un cofre repleto con tesoros!
Así
me sentí al tener en mis manos “Las brujerías de Aphlar y otras
fantasías lovecraftianas”, selección de escritos y poemas de
horror de Duane W. Rimel, que mi buen amigo, el experto en
Lovecrafiana, Oscar Mariscal realizara para la editora La biblioteca
del laberinto (Madrid, 2011, 186 pp).
Del
autor, los amantes hispanoamericanos de este tipo de literatura
sabíamos muy poco. Además de la poesía y el relato ("Las joyas de Charlotte") que el mismo Oscar Mariscal
tradujo en “Sueños de Yith y otras revisiones inéditas de
H.P.Lovecraft” (editado por la misma editorial del libro objeto de
esta reseña), según mi información sólo habían sido traducidos
tres de esas colaboraciones lovecraftianas: “La exhumación”, “El
árbol en la colina” y “La hechicería de Aphlar” (todos ellos
pueden leerse en la “Biblioteca Lovecraft”, que editara Edaf).
Por eso, cuando me enteré que el texto podía comprarse online,
no lo dudé. ¡A veces la maldita tarjeta de crédito puede provocar
cierta satisfacción! Y aproveché de comprar este texto de Rimel,
junto al citado “Sueños de Yith y otras revisiones inéditas de
H.P.Lovecraft”, un conjunto de textos lovecraftianos que andaban
desperdigados y que con sabio trabajo pudo ordenar el antologador
Mariscal. Pero, vamos por parte...
La
selección en comento se compone de 19 relatos y 26 poemas, más un
pequeño artículo escrito por Duane W. Rimel con Emil Petaja
titulado: “Música sobrenatural”, que insinúa interesantes
cuestiones respecto a la relación literatura fantástica y música.
Además, un excelente prólogo que nos permite conocer lo esencial de
Rimel, su relación con Lovecraft, como del material que se ha
recopilado. Algunas fotografías y dibujos se han incorporado,
haciendo más agradable el libro.
¿Qué
podemos decir de Rimel? Que conoció muy joven la obra de Lovecraft,
cuando éste aun vivía, y que no vaciló en contactarse con él. Es
más, su maestro no dudó en ayudarlo en la revisión de ciertos
escritos, como en permitirle usar algunas de sus ideas. Junto a ..
fundó el fandom “The Acolyte”, órgano cuyo objeto fue la
publicación de literatura lovecraftiana. Aunque tuvo corta vida, es
muy recordado por los amantes de los fanzines. La obra de
Rimel se inclinó inicialmente por el horror, siendo algunos de sus
relatos publicados por la mítica “Weird Tales”; pero, con
posterioridad fue dirigida hacia otros campos: las novelas de
crímenes (una incluso publicada en español por la célebre
editorial Saturnino Calleja), y la literatura erótica (llegando en
algunos momentos a lo propiamente pornográfico). En los años 80,
quizá por el gran auge que empezó a tener Lovecraft en el mundo,
hubo quienes se interesaron en todo lo que oliera a Horror Cósmico,
y valorizaron a Rimel. Éste no dudó en volver a la ficción de
horror. Escribió algunos cuentos y se hicieron antologías en
revistas de fanáticos de Lovecraftiana. Breve éxito, pues murió en
1996.
La
obra de Rimel que aquí nos interesa, se refiere en muchas ocasiones
a una ciudad inventada por él: Hampdon, lugar decadente, que
recuerda al Arkham de Lovecraft. Y también a un libro maldito:
“Chronike von Nath”, que sería una especie de “Necronomicon”.
Aunque
como escritor Duane Rimel no sea un William Hope Hodgson, un Arthur
Machen, un H. P. Lovecraft o un Clark Ashton Smith, sin embargo nos
parece bastante aceptable, en esa línea media en que se hallan
autores como Frank Belknap Long, Henry Kuttner o Robert Bloch;
llegando en ciertos relatos a niveles memorables, como por ejemplo
los siguientes:
1)
“El desenterrado”. Aquí encontramos la clásica figura
del científico-loco, que nos hace pensar de alguna manera en el
truculento personaje de “Herbert West: Reanimador” de H.P.L. Es
un cuento eficaz y sórdido.
2)
“La cámara de metal”. Nos hallamos en un relato de
ciencia ficción con ciertos materiales de horror, donde se nos habla
de una abducción por extraterrestres, una ciudad en otro mundo, y de
seres invisibles pero aterradores. Si pensamos que fue publicado en
1939, cuando nadie hablaba de ese tema que posteriormente causó
tanta sensación y que los utólogos llamarían “abducciones”
(Lovecraft ya trató el tema extraterrestre, pero no de esta forma),
veremos lo adelantado de Rimel.
3)
“La música de las esferas”. Esta es una de las obras de
Rimel que más me agradó. Su inicio recuerda demasiado a “La cosa
en el umbral” (el homicida que dice que al matar a otra persona
libró a la humanidad de horrores innominables) y en su contenido
toma ciertas ideas del relato lovecraftiano “La música de Erich
Zann”. Hay menciones a libros malditos (a la “Chronike von Nath”
del alemán Rudolf Yergler; creación de Rimel) , al mismo Lovecraft,
etc. Pero a pesar de ser un pastiche lovecraftiano es para mí de los
mejores que he leído; comparable en intensidad an “Los perros de
Tíndalos” de Frank Belknap Long o “El beso negro” de Robert
Bloch y Henry Kuttner. Sus especulaciones sobre la música y el
horror, que ya encontramos en el artículo que abre el libro (“Música
sobrenatural”), son muy interesantes. Este interés por la música
se entiende toda vez que Rimel fue un gran amante del jazz, pasión
que le permitió conocer a Francis Towner Laney con quien editará
“The Acolyte”, fanzine del cual ya hemos hablado.
4)
“Las colinas más allá de Hampdon”. El presente es un
escrito de horror, donde encontramos los clásicos componentes de un
relato lovecraftiano: hechicería, leyes físicas que se intentan
romper, portales mágicos, libros condenados y un hombre que desea
contactarse con otros mundos. La elaboración del escrito y la
técnica empleada me parecen impecables.
5)
“El árbol de la colina”. Es un exquisito relato de
imaginación y visiones delirantes, donde el mismo Lovecraft
colaboró. Aun cuando estos escritos no sean “El horror de Dunwich”
o “La llamada de Cthulhu”, permiten un viaje agradable a esas
tierras fantásticas que todo lector de este tipo de literatura
anhela.
En
esta antología de Rimel no sólo se incluyen sus relatos de horror,
sino también otros de fantasía pura, como “La ciudad bajo el mar”
o “La princesa de la jungla”
que nos recuerdan
a Rider Haggard con
esa inquietante y bella novela que es “Ella”
o
al ciclo de John Carter escrito por Edgar Rice Burroughs;
y “El último científico”,
donde el nuevo Adán es un homúnculo.
Hay textos menores como “Josué
II: El hombre que conmocionó Corvaillis” (que está dentro de lo
policial y el poder de las sectas; otro punto donde Rimel se
adelantó), el cual pudo haber sido un buen relato, pero que el autor
no desarrolló con la conveniencia deseada; “Norton y yo”, “La
historia de Rondo e Ilana”, etc.
Un
punto a favor de Rimel es su poesía. Tan difícil como escribir un
buen relato de horror lo es la ejecución de este tan poco cultivado
arte de crear poemas fantásticos. Son pocos nombres los que
sobresalen. Sin duda: Clark Ashton Smith, Lilith Lorraine, Robert E.
Howard y el Lovecraft de “Hongos de Yuggoth”. Rimel podría
considerarse un legítimo continuador de estos autores, que es capaz
de evocar horribles vacíos exteriores y el sentimiento de pequeñez
del hombre frente a la inmensidad del universo.
Para
finalizar, insto a apoyar iniciativas de editoriales como “La
biblioteca del laberinto”, que cansadas de la repetición de los ya
conocidos textos de Lovecraft y su Círculo, están tratando de
difundir ese aspecto menor (pero, no por ello sin importancia) y
aunque tal vez no esté tan bien armado como son los mejores relatos
de nuestros autores, sin embargo permiten una mejor comprensión del
corpus total lovecraftiano, entregándonos textos que pueden causar
auténticos goces estéticos y un escape del monótono mundo moderno.
Dos motivos más que suficientes.
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